Jueves, 21 de marzo de 2019

Viajeros a bordoResulta curioso que junto al aumento de la conciencia social por la salud del planeta, crezca simultáneamente el deseo irrefrenable de hombres y mujeres por desplazarse de un lado a otro sin parar. Unos lo hacen por el deseo de conocer lugares y gentes diferentes, otros por mejorar conocimientos diversos, no pocos por aprender lenguas, bastantes por necesidad de eludir peligros inminentes y una buena cantidad por el deseo de mejorar sus condiciones de vida. En definitiva, buena parte de la humanidad trasiega sin cesar de un lado para otro como pollo sin cabeza.

La razón por la que relaciono ambas cosas, salud del planeta y afán viajero de sus habitantes, es porque tanto viaje exige cada vez más consumo de medios y energía. Como es fácil inferir, el uso y consumo de ambos, de manera intensiva, somete a nuestro planeta Tierra a un estrés y fatiga que necesariamente repercute en su propia integridad. ¿De esto somos conscientes?

Con frecuencia me da por pensar en esa manía viajera que se nos ha despertado a los humanos. No digo yo que no sea necesario viajar, pero siempre que sea con fundamento. Así ha sido a lo largo de la historia de la humanidad. Sobre este asunto me viene a la mente el pasaje del cuento de El Principito, donde el niño se encuentra con el guardagujas, un personaje que se dedica a clasificar a los viajeros por paquetes de mil. Para él todos los viajeros son iguales, no hace distinciones. Viajeros insatisfechos que van de un lugar a otro sin perseguir absolutamente nada, moviéndose deprisa para huir de su vacío interior. Les aterra encontrarse consigo mismos y buscar en el silencio. Les aterra vivir el presente, pararse y reflexionar sobre el sentido profundo de sus vidas, sobre los valores que los hacen realmente personas y que les liberan de ser manipulables. Por eso van y vienen raudos en los trenes, repletos de viajeros sin nombre. No persiguen nada. Viajan a ninguna parte.

Decía Herman Hesse que «los necios van de una parte a otra, el sabio se queda en su habitación». Sin embargo, esta manía viajera está muy arraigada, forma parte de la mentalidad de la sociedad de nuestro tiempo. El viajero de nuestros días no es, en su mayoría, un personaje especial, carismático, con una misión inexcusable. No. Se trata de un viajero masa que se refugia en la colectividad anónima porque tiene mucho miedo a la libertad individual; porque la libertad solo es auténtica cuando se ejerce con responsabilidad. No hay libertad sin responsabilidad, por eso ni los niños ni los enfermos mentales pueden ser libres, porque carecen de responsabilidad: son personas que han de ser tuteladas.

Viajamos y consumimos recursos, toda vez que diezmamos nuestro planeta llenándolo de chatarra, plásticos y contaminación. Nos desplazamos de aquí para allá como si buscáramos el elixir de la eterna juventud. Y en medio de este trasiego a ninguna parte la vida se nos escapa anodinamente, con el corazón vacío porque nos hemos vuelto sordos a sus latidos profundos que claman por ser desvelados. Mientras tanto, la tierra sufre nuestra ceguera.


Publicado por torresgalera @ 7:00  | Pensamiento
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