Jueves, 21 de febrero de 2019

Sociedad orwelianaTener criterio propio es sin duda un signo claro de madurez personal e intelectual. Elaborar un criterio exige voluntad y deseo de comprender, necesidad de tomar posición sobre asuntos que nos afectan, tanto de manera personal e inmediata como de manera existencial. El criterio dignifica a la persona, toda vez que fortalece su autoestima. Es verdad que la elaboración de opiniones propias viene determinada, en parte, por la capacidad cognitiva de cada individuo. No obstante, la voluntad impulsa el entrenamiento y la formación del intelecto, cualidades necesarias para mejorar el discernimiento. Sin embargo, el buen criterio, la opinión propia, que es fruto de reflexión sosegada y contrastada, no es moneda corriente en nuestra sociedad. Al contrario, la mayoría de personas hacen dejación del acto de pensar y reflexionar, y prefieren, casi de manera inconsciente, hacer suyos los criterios que les vienen inducidos por el ruido mediático de los «mass media». Cada cual elige, inconscientemente, haciéndolos suyos, aquellos mensajes y discursos que mejor le cuadran según sus circunstancias personales. De esto se aprovechan los sociólogos, publicistas y políticos.

Es obvio que la ingente cantidad de informaciones y opiniones que difunden los medios de comunicación imposibilita su asimilación. Esta saturación de mensajes concluye produciendo un efecto contraproducente y perverso, ya que —al no poder procesarse tanta información— el individuo sucumbe ante los criterios que les vienen elaborados y embasados por aquellos agentes emisores que persiguen hacer adeptos y consumidores. El discernimiento y la reflexión son sustituidos por los sentimientos más primarios y superficiales que han sido estimulados por la acción propagandista y el bombardeo de mensajes. De esta manera los emisores/propagandistas ganan con facilidad grandes audiencias de adeptos incondicionales, hipnotizados por quiméricas promesas de justicia, bienestar y felicidad.

Para comprender el alcance de este fenómeno de masificación de la opinión pública, resulta muy ilustrativo comprobar cómo la manipulación de la opinión pública favorece la tensión social. Los individuos se dejan llevar por las distintas corrientes de pensamiento dominantes, a la vez que la confrontación ideológica en vez de amainar y propiciar cauces de diálogo y convivencia, no hace más que exacerbarse en una tensión que parece no tener fin.

Se puede concluir que una sociedad que carece —en términos generales— del hábito de pensar se deja seducir por embaucadores y vendedores de quimeras. Siempre ha habido, hay y habrá individuos temerarios y sin escrúpulos decididos a imponer a las mayorías silenciosas sus ambiciones, en especial las más perversas. Por eso resulta tan preocupante asistir a la consolidación de esta pandemia masificadora y uniformadora de conciencias. En vez de una sociedad integrada por ciudadanos libres, que piensan y disciernen, nos encontramos con una sociedad cuyos ciudadanos, mayoritariamente, repiten una y otra vez, como papagayos, los mensajes de los medios de comunicación, como si estos fueran oráculos infalibles. Es la consumación de la sociedad orwelliana en la que los individuos alcanzan una pseudofelicidad a costa de su alienación. Es como el silencio de los corderos, que dóciles triscan la hierba que los engorda para su sacrificio.


Publicado por torresgalera @ 12:13  | Pensamiento
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