En la época postmoderna en la que estamos, ya no se dice «yo pienso, luego existo», sino «yo siento, luego existo», «yo amo, luego existo». Es el traslado de la mente puramente racional al mundo de la vivencia, de los sentimientos, etc. Decía Karl Jung que la conciencia tiene diversas funciones, cuatro, fundamentalmente: la función pensante repleta de argumentos abstractos; la función de la percepción de la realidad, que la mente no percibe; la función del sentimiento; y la función de la intuición. Son las cuatro funciones de la conciencia humana, y tenemos que desarrollarlas todas para que la conciencia madure y llegue el hombre a la individuación, o sea, a ser realmente persona.
Pues bien, hemos pasado una época de muchos siglos en que la conciencia ha sido solo la conciencia pensante. En cambio se ha subdesarrollado la percepción, la intuición, el mundo del sentimiento… El racionalista está filosóficamente desprestigiado. El pensamiento puede destruir la realidad. No sólo no puede conocerla, sino que la puede destruir. El primero que curiosamente zarandeó a esa mentalidad fue Freud, cuando dijo: «Aparte del mundo que conocemos, hay otra realidad distinta, distinta del mundo consciente racional».
Un cuento narra como un escarabajo observaba a un ciempiés. Al cabo de un tiempo, maravillado de cómo andaba el ciempiés, le pregunta: «Oye, ¿cómo haces tú para poner el pie 4 siempre que pones el pie 80, o el pie 75 con el 17?» El ciempiés nunca se lo había preguntado, era algo instintivo, intuitivo, pero cuando le hace la pregunta el escarabajo, se pone a pensar: «Es verdad, ¿por qué pongo siempre el pie 80 con el 4 y el 75 con el 17?» Se puso a pensar, y luego se puso a andar y ya no acertó a caminar. Le había complicado el pensamiento. Había dejado de vivir directamente esa realidad suya instintiva y lo había estropeado. De ahí que, en la exaltación máxima de esta idea, Nietzche llegara a exclamar: «¡Todo pensamiento es un mal pensamiento!»
No cabe duda que la afirmación del gran nihilista, además de exagerada, es incierta. Pero en todo caso nos alerta sobre una cuestión esencial acerca de la fe en Dios, y es que no solo la fe no es incompatible con la razón, sino que es irrenunciable. De igual manera la razón necesita de la fe para abrirse camino en el conocimiento de las cuestiones esenciales que atañen a la existencia del ser humano.