Martes, 15 de enero de 2019

Conocer-seConocer-se, conocer a sí mismo, conocer tu yo más íntimo y profundo, ese yo que permite conectar al ser humano con la Creación, con la causa y razón del Universo, con el sentido trascendente de existencia, es en realidad el deseo de encontrar en nuestro interior la causa última de nuestra razón de ser. El deseo de conocer-se implica hacer preguntas que estimulen nuestra conciencia. El deseo de conocer-se es una pulsión inscrita en la naturaleza humana, pero que es necesario activar en la medida de nuestro crecimiento sicológico, intelectual y espiritual.

Mediante este proceso de búsqueda interior el ser humano desarrolla y expande su conciencia. Se trata de un proceso arduo y exigente que requiere determinación y constancia. Y lo más importante, implica la aceptación de los resultados de este viaje a las profundidades del alma y del espíritu. Un viaje que una vez emprendido ya no tendrá fin.

La búsqueda del conocimiento interior por desgracia no interesa a la mayoría de los hombres de nuestro tiempo. Por el contrario, el hombre moderno —mejor habría que decir, postmoderno— vive instalado en el «yo no acepto sino lo que se prueba científicamente; lo que se puede palpar y demostrar». Lo cierto es que quien así piensa manifiesta un claro temor a aceptar algo que escapa a su pequeña razón. Se trata de miedo a enfrentarse a un espejismo (efecto ilusorio que impide alargar la mano al misterio de la propia existencia), enfrentarse a la totalidad de los valores humanos, a la verdad de nuestras vidas.

Hace tiempo que hemos dejado atrás la época cartesiana —de la modernidad a la postmodernidad—, del «pienso luego existo» al «existe lo que pienso». Ahora lo importante es el lenguaje, mediante el cual moldeamos nuestro pensamiento, que a su vez depende del contexto en el que nos movemos. Así el hombre postmoderno construye su propia verdad. En definitiva, hemos pasado de la época en que el hombre era un ser pensante a un tiempo donde el metalenguaje es el artífice del pensamiento.

El propio Kant decía que «nuestros sentidos no perciben la realidad en sí misma, sino la apariencia de la realidad». Esto es lo que le pasa al hombre postmoderno, que vive encerrado en su racionalismo inclusivo, como el investigador en su laboratorio, donde no percibe más que la apariencia de las cosas. Por eso al hombre postmoderno se le escapa la realidad profunda, el misterio de las cosas, porque las mira a través de un pensamiento abstracto y sensitivo, que se opone a la lógica y a la razón. No es tan importante el contenido del mensaje, sino la forma en la que este se transmite.

Cada vez cuenta menos el pasado y el futuro. Ambos espacios temporales se consideran menos relevantes que el presente, por lo que se apuesta por el carpe diem. De esta manera, si ya ha dejado de interesar la verdad del pasado, lo que de verdad sucedió y el por qué sucedió, lo que se impone ahora es definir un presente que justifique y legitime la realidad como la concebimos e imponemos.

El conocer-se a sí mismo se ha reducido a una entelequia difusa y profusa, como el arte postmoderno que apuesta por la mezcla de estilos que entremezcla a su antojo. Por ello el hombre se encuentra encerrado en un racionalismo relativista que descarta a la propia filosofía. Ya no se hacen preguntas que vayan más allá del sentir materialista y utilitarista de la existencia humana. Lejos queda ya el adagio socrático de «conócete a ti mismo», mediante el cual, y a diferencia de los sofistas de la época, el filósofo ateniense enseñaba a través del diálogo, ayudando al interlocutor a alumbrar sus propias ideas y conclusiones, a encontrar la verdad en sí mismo.

El hombre postmoderno ya no se rige por usos morales y éticos que dicten qué es lo correcto y lo que no. Ahora el pensamiento postmoderno vive entregado a la función utilitarista de su propia existencia. Vive obsesionado en deslegitimar los valores e instituciones que conforman el legado de nuestra historia, para imponer un nuevo orden al que llaman progreso. En realidad, se trata de un pensamiento profundamente utilitarista que sitúa su razón de ser en el pesimismo y el victimismo. No refleja utopías futuras y mejores, sino que se centra más en la descripción de situaciones crudas y reales. La temática también es irreverente, al no seguir un itinerario y una estructura delimitada.

Conocer-se a sí mismo ya no es una exigencia racional ni espiritual en el pensamiento postmoderno. Sí lo es, en cambio, para aquellas personas que sienten y anhelan horizontes de verdad trascendente más allá de la razón. Conocer-se implica en la mayoría de los casos una cierta necesidad metafísica y trascendente, que tienen su respuesta más allá de la razón. Son conocimientos relevantes que sólo se pueden alcanzar, al menos de forma somera y limitada, a través de la intuición. Cuando la razón queda en silencio y se abren los ojos del corazón.


Publicado por torresgalera @ 11:54  | Pensamiento
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios