(Apunte 17)
Mucho se ha debatido a lo largo de los últimos veinte siglos sobre la existencia o no de Jesús de Nazaret. Se han utilizado toda clase de argucias retóricas para cuestionar la existencia misma del hombre, pero el resultado, a la postre, no ha podido ser más estéril. Son tan contundentes e irrefutables los testimonios sobre su identidad que cualquier intento de socavar su existencia no puede ser más que resultado de mala intencionalidad intelectual.
Comenzaré destacando, en primer lugar, el Nuevo Testamento como la fuente más solvente y acreditada –para los cristianos por supuesto– que testimonia la vida y obra de Jesús de Nazaret. Tanto los cuatro evangelios (escritos por Marco, Mateo, Lucas y Juan), como el libro de los Hechos de los apóstoles, (Lucas), así como las epístolas (Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas) y el libro final del Apocalipsis (Juan), constituyen el acervo más preciado y concluyente de la presencia de Jesucristo en la tierra.
El Evangelio de Marcos está considerado el más antiguo de cuantos han llegado hasta nosotros. Se escribió probablemente en Roma, poco antes de la destrucción de Jerusalén en agosto del año 70, en plena guerra judía contra Roma (¿66-67?). Su aparición supone una gran novedad, pues recoge los recuerdos que circulan entre los seguidores de Jesús y los sitúa en el marco de un gran relato fundacional en el momento de la transición de la primera a la segunda generación cristiana. Este escrito serviría años más tarde como modelo de relato evangélico y fuente de la que se sirven Mateo y Lucas.
Continuando con la relación de documentos que acreditan la existencia de Jesús de Nazaret, me referiré a otro evangelio escrito antes del año 70 d.C. No ha llegado hasta nosotros como un escrito suelto, sino que está incorporado a los de Mateo y Lucas, que lo utilizaron como fuente importante de sus respectivos evangelios. Los investigadores han deducido su existencia al comprobar que ambos evangelistas, que escriben con independencia el uno del otro, coinciden sin embargo en muchos momentos, incluso literalmente. Este hecho solo se puede explicar si ambos están copiados de una fuente anterior a ellos. A este escrito de autor desconocido se le llama Evangelio de los dichos o Fuente Q, inicial del término alemán Quelle, que significa “fuente”.
También existen fuentes paganas de relevancia indiscutible que recogen, aunque sea de forma somera, testimonios inequívocos de la existencia de Jesucristo, o Jesús el galileo, así como de la secta judía llamada de los cristianos. Son testimonios recogidos por historiadores y escritores romanos, coetáneos del propio Jesús o muy próximos en el tiempo. Esos son los casos de Cornelio Tácito (50-120 d.C.), autor de los Anales de la historia romana, donde recoge la persecución de Nerón a los cristianos del año 65 d.C.; Plinio el Joven (62-113 d.C.), escritor y gobernador de Bitinia, que en una de sus cartas (año 110 d.C.) al emperador Trajano, le consulta sobre cómo debería actuar frente a los cristianos; Suetonio (75-170 d.C.), autor de Vida de los doce césares, donde relata la persecución a los cristianos de Roma ordenada por el emperador Claudio; Marco Cornelio Frontón (100-168 d.C.); Marco Aurelio (121-180 d.C.); el dramaturgo griego Luciano de Samosata (120-180 d.C.), que ridiculiza a los cristianos y se burla de su «fundador crucificado» en su obra satírica La muerte de Peregrino; y el filósofo sirio Mar Bar Serapión, que escribió una carta (73 d.C.?) a su hijo, en la que refiere el trato injusto del «rey sabio» de los judíos, condenado a muerte injustamente.
Es obvio que los autores paganos de estos textos sienten reservas y animadversión contra los cristianos. Sin embargo, lejos de negar a Cristo lo toman como verdadero. Ven al cristianismo como un hecho necesario para explicar los acontecimientos posteriores, ya sea el incendio de Roma, las revueltas de los judíos o la justificación de una sátira. Por eso, aunque sus referencias sean muy breves y a veces nebulosas, resultan capitales: certifican, desde fuera de la fe cristiana, que el origen de esa fe es un judío crucificado en tiempos de Poncio Pilato.
No obstante, dejaré para el próximo Apunte los testimonios judíos que rechazaban el cristianismo.