Martes, 20 de marzo de 2018

(Apunte 11)

El apóstol Santo TomásSon muchos los pensadores que opinan que sólo debemos creer aquello que podemos demostrar empíricamente; esto es lo mismo que decir que aquello que no se puede demostrar no es digno de tenerse en cuenta. Un ejemplo de estos intelectuales lo tenemos en el filósofo Bertrand Russell, quien escribió: «No pretendo poder probar que Dios no existe. Igualmente no puedo probar que Satán es una ficción. El Dios cristiano puede existir, tal y como pueden existir los dioses del Olimpo, del antiguo Egipto o de Babilonia. Pero ninguna de estas hipótesis es más probable que la otra: se encuentran fuera de la región del conocimiento probable y, por lo tanto, no hay razón para considerar ninguna de ellas».

Es obvio que si aceptamos este criterio de conocimiento esgrimido por Russell, nuestra vida se empobrecería enormemente. ¿Cuántas cosas que sabemos y que definen nuestra vida no son «verificables», ni por una ecuación ni por un experimento? ¿Qué razón me lleva a sentirme atraído en un museo por una pintura determinada y no por otras? ¿Qué hace que me conmueva de manera especial un poema concreto? ¿Por qué mi corazón se agita ante un acontecimiento y ante otros similares mantiene la calma?...

Todo esto nos lleva a plantearnos la relación que existe entre razón y fe, o mejor dicho, a profundizar en el valor epistemológico de la fe, es decir, la fe como vía de acceso a la realidad. ¿Qué valor tienen los conocimientos basados en la fe, especialmente aquellos basados en la fe religiosa?

En el Apunte 10 hemos visto que la fe natural no es algo ajeno a nuestro intelecto, sino que, por el contrario, es fuente de conocimiento. También sabemos que cuando hablamos de fe religiosa debemos tener en cuenta lo que creemos y en quién descansa la confianza con la que creemos. Ahora bien, al abordar el dinamismo de la fe, y la distinción entre fe natural y fe religiosa, no dijimos nada del concepto de revelación divina. Cuando una religión afirma que el contenido de su fe le ha sido dado por revelación divina, está introduciendo una variante nueva: la fuente de ese conocimiento no es la razón, sino otra cosa… La divinidad expresaría algo por mediación de un profeta, de un hombre sagrado. Esto ocurre así a excepción del Cristianismo, quien afirma que el mediador –Jesús–, no es mediador, sino que es el mismo Dios.

Introducir la revelación en el ámbito del conocimiento enseguida despierta una pregunta: ¿qué relación mantiene un conocimiento que se afirma de origen divino con el conocimiento natural de la razón? A esta pregunta le suceden distintas respuestas: Por un lado están quienes afirman que los conocimientos que parten de la razón y los conocimientos que se apoyan en la revelación hablan a distintos niveles de la realidad (luego no se relacionan); y por otro lado están aquellos que afirman que dichos conocimientos son incompatibles (caen en contradicción) o pueden serlo; por último, están aquellos que afirman que ambos conocimientos se complementan, pues aunque difieren en amplitud y origen tienden al mismo fin, que no es otro que la verdad, y la verdad es sólo una.


Publicado por torresgalera @ 7:00  | Pensamiento
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